Cometas que son cascotes

Intervención digital sobre cuadro de cuando quería ser pintora.
Pasa un cometa. 
A lo lejos,
 estela de fuego y luz; 
de cerca, 
solo un envoltorio 
de rocas encendidas, 
 su núcleo ya extinto 
antes siquiera de empezar 
a arder. 
Pero aún no me doy cuenta.
Aún no lo sé.
Caen las rocas.
Una a una agujerean techos lejanos,
pero me invento que les darán forma
de ralladores de estrellas;
 incendian  los campos,
pero me convenzo que las chispas abonarán
las siembras;
ahuyentan el ganado,
pero me miento que la huida los liberará
 del cerco.
Siguen mis ojos fascinados.
Creo ir a lomo del cometa,
me veo entusiasmada
cabalgando destellante
a través de la noche
 infinita.
De repente, siento un cascotazo
y otro
y otro más.
 Las ráfagas de esquirlas ardientes destrozan
mi refugio.
Cuando todo acaba,
 no se ven estrellas
a través de los orificios
 de las chapas.
Las nubes anuncian un aguacero.
Mi rallador pierde toda su poesía.
¡Inútil colador de agua!
Pasa un día,
o quizás dos,
a mi alrededor solo algunas piedras, calientes
por un Sol que abrasa
 y que chamusca algunos pastos,
algunas plantas. 
Ni rastros del desgraciado cometa. 

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