Desde o país do carnaval VII: Sábados (y feriados) para todos: I

Cinco gordos y un Fiat Uno


Como diría un tucumano de pura cepa, "se situemo´": todo aconteció un sábado a la tarde de hace un par de meses. Yo había salido de mi primera clase de Mandarín sin entender nada. Nada de nada. Mi profesora era una taiwanesa que hablaba un portugués al manchanchi, que había vivido tres años en Buenos Aires pero no sabía nada de español (está totalmente justificada, el mandarín no es otra lengua, es otro mundo).  Al mediodía salí eyectada del aula junto con una de mis colegas de aquí... Una gorda +  otra gorda = dos gordas. 
Fuimos al centro de la big city a ver qué ofrecía a nuestras almas en pena y cuerpecitos necesitados de alimento. Enseguida recibí un mensaje de una tercera, invitándonos a ir al restaurante de Raúl - el taiwanés vegetariano con más fama y charm de tooooda Marília - así que, antes que el rugir de las tripas se hiciera presente, ya estabámos avanlanzándonos sobre el buffet del pobre señor que nos seguía con ojos de pánico.
Tudo bem, tudo sossegado. Se salvaron sólo los platos (hasta hoy no logro comer cerámica, no me cae bien, ¡qué se le va a hacé´!)  y el señor  Raúl (el canibalismo me resulta poco fino).  Salimos del restó y fuimos derechito a comprar un pijama para mí. Terminé aceptando a regañadientes un animalprint de leopardo cruzado con cebra en una de esas tiendas que venden desde escupideras y bañaderas de plástico para bebés hasta magic clicks pasando por corpiños de abuela y adornos de navidad que alguien archiva desde el 87'. Lo que se dice "ramos generales". Cosas en el suelo, en las paredes.... gente, gente en las cosas y cosas en la gente. Lo que se dice un reverendo quilombo. Quilombo total y absoluto.  Mal gusto. Kitschisísisísimo. O sea, lo que se conoce como Brasil. Brasil en todas partes. La tienda rebalsaba Brasil. Yo, arrrrrrgentina, fina por natureza, devorada por Brasil, dentro de esa marea brasilense de gritos, ropas y pelelas.
Pijama en mano, salimos esquivando toodo lo que nos cruzaba el paso para poder ver de nuevo el sol de la tarde. Luego de las compras necesarias (y no tanto) para la subsistencia, entramos en una casa de sucos. Ahí, en un rinconcito prácticamente escondido, hecho un ovillo de saudade estaba el único e irrepetible, imborrable e inolvidable... Paulo. ¿Van sumando? una+una+una+uno=cuatro gordos.
O Paulo nos acompañó hasta una tienda que, aunque su nombre No lo diga (se llama Riachuelo), era un poco más chic que la anterior. Todavía andábamos de a pie caminando. Nada de sufrimientos para el Uno. Pero a cada chancho le llega su San Martín (nunca entendí la lógica de ese refrán) y el Uno no era la excepción. La dueña del autito compró um edredón de dos plazas y un poco. Lo dispuso en el auto junto con una valija de algún viaje reciente no-desarmada y nos subió a todos los gordos también. Próximo destino: el supermercado.
En la puerta del supermercado encontramos a otra menina.... "vamo´cai pa´dentro"... "não, acabei de sair do mercado, já fiz as compras"... "vamos com nós, entra de novo"... não, não, não... sim, sim, sim. SIM. Otra más... Dentro del súper una muchedumbre. Nunca ví tantas personas juntas en un súper. Debe ser porque es "el" atractivo de los sábados a la tade. Todo prosiguió como lo previsto: compras y vergüenzas varias. Carrera, choques y vueltas olímpicas con carritos, beber café gratis hasta casi acabar la cafetera, impaciencia para esperar, lo de siempre.
Como a las 7 de la tarde logramos salir de la amansadora. Próximo paso: subir al auto. Fiat Uno, coupé. Cinco gordos (yo era la más delgada, una sílfide realmente), cuatro de ellos con bolsas -varias- del súper + un edredón de dos plazas y media + una valija repleta + un pijama de cebra. Too much.
Too much? NOOO!!. Logro encajarme en medio de tanta cosa. Quedo con un brazo torcido, la cabeza hacia delante porque tenía el edredón en la nuca, un codo de alguien en mi boca y la nalga de otra persona golpeando con mis rodillas. Sobre mis pies algunas latas de leche condensada, arvejas, milho y esas cosas que comen los brasileros en cantidades siderales. Justo en ese momento una musiquita comienza a sonar. Músiquita muy conocida.  "De onde vem essa música?"... es de un celular. Sí, adivinan, era del mío. En alguna parte de mí estaba, o en una humanidad ajena. Luego de contorsionarme un poco más y de amasar un par de nalgas -ajenas o propias ya nadie sabe- atiendo con un dedo. "¡Hola Papá!".


Comentarios

  1. Che, Cucú... pagaría por verte vestida con ese pijama!Jajaja (Jor)

    ResponderEliminar
  2. jejejej me cague de risa! mmm necesito una pepela. Al igual que la jor pagaria por verte con el pijama animal print. jeje

    ResponderEliminar
  3. Manden por western union! y me van a ver vía webcam con pijama de leopardo cebrado!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Si no es mucha molestia, puede dejar un comentario.

Entradas populares